Y que me acuerdo, asÃ, de repente, vi a la pescadera en un intento de engaño a la hora de limpiar el pescado y que me llega su imagen. Pronuncié su nombre, la sonrisa se empezó a dibujar. Yo les juro que intentaba borrarla, pero el pensamiento la devolvió.
Me sentà afortunada. Llevaba años que no me aparecÃa su rostro, ese que todos los dÃas me regalaba una sonrisa. En ese instante recordé con detalle su rostro, esa exactitud me pareció enferma, fue ahÃ, en ese segundo que se borró su imagen. Ya no pude recordarla más. Me autolesioné mentalmente por haber sucumbido a la razón. ¡Qué bello es hacer las cosas sin pensar!
Volvà a lo mÃo. Salà del supermercado. El camino a casa me pareció eterno, monótono y cansino.
En casa volvà a encontrarme con el rostro, esta vez fue a través del espejo. Mi rostro y el otro se fundieron creando una especie de neblina que se fue diluyendo hasta desaparecer. Me olvidé del asunto como quien olvida el agua que hierve bajo el fuego.
Dormà atropelladamente.
Separé los párpados, lo primero que vi fue aquel rostro; me sonreÃa, me miraba con esos ojos que te dicen todo, pero necesitas las palabras para confirmar aquello que se supone que entendiste. El retrato se esfumó. Yo querÃa preguntarle cosas.
Estuve toda la noche intentando encontrármelo en algunos de mis sueños. No lo conseguÃ. A cada intentona, un insecto de aquellos que me dan pavor invadÃa mi pensamiento. Un presagio de que no era bueno seguir empeñada en conseguir un matrimonio fetichista con el osado retrato.
Otro dÃa cualquiera apareció su cuerpo, ya tenÃa el conjunto completo. Me di a la tarea de manipularlo a mi antojo. Todo era posible. Si no me gustaba el final, repetÃa la secuencia hasta llegar a lo que querÃa. Jamás me cansaba. Mi cabeza trabajaba las 24 horas. Su imagen no se alejaba, se me habÃa metido en la cabeza de forma obsesiva, pero es que tenÃa un miedo horrible a perderlo.
Para mantenerlo vivo, ofrecÃa retazos de mi vida, de mi niñez, juventud, de la primera partida de básquetbol, del miércoles pasado... El rostro estaba comiendo en exceso, me dejaba exhausta. QuerÃa fabricar otro rostro pero cada vez que lo intentaba el otro lo aniquilaba, asà que no me podÃa plantear la posibilidad de renunciar. SufrÃa, pero el sufrimiento acrecentaba mis ansÃas de colaborar con mi pensamiento en la creación de nuevos tramas y escenarios.
Para ir al trabajo tenÃa que engañarlo, lo llevaba por senderos llenos de árboles frondosos para terminar el recorrido en una sombrÃa oficina a la que acudÃa todas las mañanas. Francamente no me gustaba engañarlo, pero vivÃa un momento en el que me era imposible vivir.
A veces solo actuaba el cuerpo, aunque no veÃa el rostro, sabÃa que ahà estaba esperando. Hubo momentos que trabajaban por partida doble, asà que tenÃa que alimentar dos bocas.
Un dÃa ya no pude más, primero cité al cuerpo, consciente de que se sumarÃa el rostro. Los llevé a lo más alto de la montaña y, sin edulcorar la imagen, los arrojé, uniéndome a ellos en un claro ejercicio de amor.