Mordisqueo su labio y pienso lo difÃcil que es hablar con él. Estamos en la segunda semana de abril, pero parece que la primavera nos ha abandonado, el cielo ha perdido su esplendor, las nubes están turbias y las calles se tiñen de negro por las chamarras de los más friolentos. Pienso en todo eso mientras él dice que pare, yo no paro porque me gusta la cara que pone cuando siente dolor.Â
Llevamos tres años juntos, hemos jugado a ser pareja con golpes, besos, abrazos, sonrisas, dolores de cabeza, mentiras piadosas pero sobre todo miedo, ese miedo ha fortalecido el vÃnculo, unos lo llaman amor otros lo llamamos miedo a estar solos.Â
Un dÃa cualquiera apareció mojado por la lluvia, los ojos de avispa y la sonrisa desaparecida. Yo me asusté porque él le tiene pavor a la lluvia, no se mueve de ningún sitio si cae un racimo de gotas. Le quité la chamarra y le di una toalla. Él parecÃa asustado, pero dijo que no era tan malo empaparse. Lo abracé como si fuera un niño y lo dejé sentado en el sofá. Le dije «me voy». Me fui definitivamente.Â
Jamás supe porque no recibà un intento de llamada, una carta, un intento de algo.
En la segunda semana de enero de otro año, decidà visitarlo sin avisar, todavÃa conservaba las llaves. Abrà la puerta. Estaba ahÃ, sentado en posición de espera. Seco por fuera y por dentro. Â